MI MAIZAL MARINO
Performance y land art de Camila Duarte
Por James Delgado
Con Camila siento que asisto permanentemente a la desaparición del artista. Las huellas que Camila deja en su labor remplazan no solo la obra sino también al responsable. En este caso estoy ante restos presentes de un tiempo presente, antigüedad del ahora. Lo importante aquí es el pasado-presente, la dimensión acompañante del ayer hacia el hoy. No vamos hacia atrás ni hacia adelante sino que lo remoto viene hacia nosotros.
Creo que esto hace parte de la porosidad contemporánea, su posibilidad multitemporal. Se detiene el tiempo en la obra sin afectar la temporalidad institucional, y en tal desacople germina a mi entender el centro intencional de Mi Maizal Marino.
Puestos en la distancia entre tiempo pasado y presente simultáneos, ocurre lo que afirmo, es decir, el desvanecimiento de la obra y del artista. Son ruinas, partes de un todo que ya no encontramos y respira cósmicamente. Es la muerte también, el cambio, la transformación, la negativa a reencarnar, el espíritu insolente, la evasión de la forma. Camila nos pone en contacto con “otro mundo”, o el otro mundo, el mundo de lo difuntos, de los fantasmas, de las almas en pena, del purgatorio, del infierno, del samsara, ¿del cielo? ¿Pero qué falta puede hacernos el nirvana cuando somos capaces de ir venir de la vida a la muerte y recíprocamente?
El tono ha sido instalado. Mi cuerpo sigue allí-aquí. Mi alma sufre-goza. ¿A qué estamos renunciando? De todas maneras es grato encontrar mundos como éste en un mundo que cada vez se le parece más. Destrucción, desolación, polvo. Así como el futuro se ha vuelto simultáneo, así mismo Mi Maizal Marino es pasado sincrónico. Juntos, pasado, presente y futuro borran el sueño de la continuidad radical. Aparecemos y desaparecemos como en sueños y cada vez es siempre la misma oportunidad. Al final, sigo el movimiento hacia el mar que nada une y todo lo recibe: reflejos de reflejos, tristeza de la libertad.
Por James Delgado
Con Camila siento que asisto permanentemente a la desaparición del artista. Las huellas que Camila deja en su labor remplazan no solo la obra sino también al responsable. En este caso estoy ante restos presentes de un tiempo presente, antigüedad del ahora. Lo importante aquí es el pasado-presente, la dimensión acompañante del ayer hacia el hoy. No vamos hacia atrás ni hacia adelante sino que lo remoto viene hacia nosotros.
Creo que esto hace parte de la porosidad contemporánea, su posibilidad multitemporal. Se detiene el tiempo en la obra sin afectar la temporalidad institucional, y en tal desacople germina a mi entender el centro intencional de Mi Maizal Marino.
Puestos en la distancia entre tiempo pasado y presente simultáneos, ocurre lo que afirmo, es decir, el desvanecimiento de la obra y del artista. Son ruinas, partes de un todo que ya no encontramos y respira cósmicamente. Es la muerte también, el cambio, la transformación, la negativa a reencarnar, el espíritu insolente, la evasión de la forma. Camila nos pone en contacto con “otro mundo”, o el otro mundo, el mundo de lo difuntos, de los fantasmas, de las almas en pena, del purgatorio, del infierno, del samsara, ¿del cielo? ¿Pero qué falta puede hacernos el nirvana cuando somos capaces de ir venir de la vida a la muerte y recíprocamente?
El tono ha sido instalado. Mi cuerpo sigue allí-aquí. Mi alma sufre-goza. ¿A qué estamos renunciando? De todas maneras es grato encontrar mundos como éste en un mundo que cada vez se le parece más. Destrucción, desolación, polvo. Así como el futuro se ha vuelto simultáneo, así mismo Mi Maizal Marino es pasado sincrónico. Juntos, pasado, presente y futuro borran el sueño de la continuidad radical. Aparecemos y desaparecemos como en sueños y cada vez es siempre la misma oportunidad. Al final, sigo el movimiento hacia el mar que nada une y todo lo recibe: reflejos de reflejos, tristeza de la libertad.
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