CICATRICES
Pinturas de Andrés Moreno Cardona
La ligera sutileza de las pinturas de Andrés, equilibradas por formas desérticas que plantean de modo rápido la función del arte en relación con su creador me enclavan en atmósferas vaporosas donde puedo permitirme el desliz viril. Los velos se multiplican en un laberinto de casona vieja recorrida por la madre joven que el niño recuerda similar al viento juguetón. Es este el ambiente y cierto matiz místico confundido en la mocedad. El bebé sonríe como un ángel.
Pinturas de Andrés Moreno Cardona
La ligera sutileza de las pinturas de Andrés, equilibradas por formas desérticas que plantean de modo rápido la función del arte en relación con su creador me enclavan en atmósferas vaporosas donde puedo permitirme el desliz viril. Los velos se multiplican en un laberinto de casona vieja recorrida por la madre joven que el niño recuerda similar al viento juguetón. Es este el ambiente y cierto matiz místico confundido en la mocedad. El bebé sonríe como un ángel.
Los bálsamos de la infancia saturan el mundo que se inscribe continuamente en la ausencia de diferencia. Se pone en contacto aquí el adulto con el niño. De uno a otro transita la energía que completa la imagen dividida y dolorosa. La matriz inanimada retorna a través del movimiento que el arte permite entre la experiencia y la travesura. En Cicatrices se exhibe el puente que la habilidad consiente entre práctica y diablura evidenciando el foco de la destreza: la obra gana por el tema.
Permanezco en tránsito similar a como lo hago en la ociosidad y comprendo otro camino por donde arribar a la misma meta sin tener del todo claro que el virtuosismo esté completamente ejecutado. Es tan fácil para mí darme cuenta de la frescura desatada pero no igualmente asimilada. Es de todos modos una plaza con puertas susceptibles de numeración. El reconocimiento del sufrimiento me permite sospechar la identidad del señor que habita detrás.
Es indudable que el arte ha salido ganando gracias al uso que se le ha dado en este caso. La muerte nos une y nos separa, similar a la vida y quizás de la muerte nadie vuelva porque nunca se haya ido. Dormimos, despertamos y morimos, nos vamos, no regresamos, olvidamos y recordamos, fantasiamos. Todos podemos construir un mundo en nuestro interior que rivalice con el externo como plantea Jim Morrison en sus notas sobre la percepción llamada “Los Señores”: «Intenta llegar a un acuerdo con el “Exterior”, ya sea por absorción o interiorizándolo. Yo no saldré, tú debes entrar en mí. En mi jardín-útero al que me asomo, perplejo. Donde puedo construir un universo dentro de mí cráneo, para rivalizar con la realidad». Dios en el vientre de la mujer.
De nuevo pues aparece la percepción de la reproducción y la muerte atada en la imagen de lo femenino. El psicoanálisis daría el gran banquete sin embargo lo sustancial es que Andrés ha logrado introducirse en su padecimiento y extender algo de él para nosotros y los como yo, espectadores espirituales del sueño.
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